Sebastián Rosso / LA GACETA

“En Corrientes se hace un tipo de randa similar a la de Monteros, pero la diferencia está en que allí se hacen pequeñas mallas circulares que luego son unidas. Visualmente es más parecido al ñandutí, que es un encaje a la aguja que se hace en Paraguay. El parecido es por la estructura modular que tienen randas correntinas y ñanduti. En Santa Fe, se usa la misma técnica de la randa para hacer redes de pesca. La diferencia es que la randa es una red en miniatura que se hace con hilo 100 por ciento algodón y luego se borda, en cambio las redes de pesca no llevan ornamento y se hacen a otra escala con hilo sintético. Las mallas de pesca son el primer tejido que el ser humano realizó para fines de subsistencia; luego estas mallas fueron trabajadas en otras escalas dando origen a los encajes, que en principio se llamaron randas. Esta denominación era de uso genérico para todos los tipos de encajes; luego apareció el vocablo encaje para denominar específicamente a este tipo de tejidos, y se los dividió en aquellos que se hacen a la aguja o a bolillos. La randa es de la familia de los encajes a la aguja que guarda relación directa con las redes de pesca”.

Quien habla es Alejandra Mizrahi, tucumana, investigadora, doctorada en Filosofía, y con una prolífica carrera de artista ligada a la indumentaria. También es ella quien a lo largo de esta nota responderá a nuestras preguntas sobre el tema. Ocurre que la semana pasada (LA GACETA 23/10) no agotamos el tema. Decíamos que la randa es un oficio que ocupa tiempo y materiales; que necesita de un conocimiento técnico y un largo aprendizaje. Al fin de cuentas, que es una actividad productiva.

Hacer randa 

Desde hace mucho tiempo, tiene fines comerciales, aunque no siempre fue así. Miremos hacia atrás. María Delia Millán dice que “la indumentaria colonial permitió a las damas engalanarse con randas en profusión. Eran siempre las de uso personal muy finas y angostas. Se veían también randas en los vuelos de las batas, escotes, bordes de tocados, combinando con fino holán y cambray, y en general en toda prenda que adornara y pudiera dar lucimiento a la habilidad de las niñas de la casa; porque la confección de randas fue, más que un oficio, labor y distracción de señoras”. Aunque esta afirmación parece ubicarlas sólo en el terreno del entretenimiento, su valor era alto. En los testamentos de las familias principales, las randas tienen valores similares a las joyas. Ya en el siglo XIX, algunas cosas habían cambiado. Se las comercializaba dentro y fuera de la provincia. El naturalista Germán Burmeister comentó: “Se usan para adorno de ropa de señoras, cuya elegancia se cuida mucho, principalmente en las camisas y polleras, se cosen a las fundas de almohadas, a los extremos de las toallas y a los pañuelos. El precio está naturalmente en relación con la calidad y tamaño de la puntilla; un echarpe elegante se vende a dos y tres onzas, el adorno sencillo de una pollera cuesta cinco pesos”. O sea que, para la visita del científico (1859), ya tenían un mercado, e incluso, dice, se exportaban a Chile.

Entrado el siglo XX, las tejedoras las usaron como medio de subsistencia. Una de ellas recordaba, hace poco, que “la única entrada económica” que tenían en su casa, provenía de la venta de randas, ya que “su abuela la criaba sola y no tenía pensión”.

- ¿Hay variantes en las randas? ¿Para qué se las usó?

- Las hay circulares y rectangulares. Se usaban con fines litúrgicos, como puntas de sotanas y manteles de la iglesia. Luego como tapetes y carpetas para la casa.

- ¿Qué se está haciendo ahora con eso? ¿Se hace un análisis de esa recuperación?

- Ahora las randeras están haciendo tapetes, también ropa, cuellos para indumentaria, escarapelas. Están intentando desplazarse a otras formas que se adapten a la vida contemporánea sin perder la materialidad ni las formas más tradicionales de confección. Creo que es muy importante recuperar la técnica y sus artesanas. Más que recuperar creo que hay que cuidar. Las randas y randeras existen: lo que hay que hacer es cuidarlas, darles visibilidad y nuevas posibilidades, para que no se deje de hacer. Nunca se perdió la técnica en El Cercado; está ahí como resistencia hace años, por eso creo que la tarea no es recuperar sino salvaguardar, cuidar.

En esa línea, el Estado y la Universidad buscan darles su apoyo. Un buen ejemplo es el libro “Randa - Tradición y diseño tucumanos en diálogo”, una edición conjunta de Ediunt y el IDEP. Se hizo en 2013, con la participación de artistas, diseñadores, historiadores y antropólogos. En sus páginas encontramos textos, fotos y dibujos que nos permiten entender el oficio desde diversos aspectos. Clarito y de manual encontramos en él las siguientes definiciones: “Las artesanías forman parte de un modo de hacer peculiar de cada región. A través de ellas se manifiesta una identidad que se encuentra en constante proceso de actualización y revisión”. Porque “la identidad de cada lugar no es algo dado, preestablecido, o esencial al contexto, sino aquello que se va construyendo a lo largo del tiempo y que aún hoy se encuentra en proceso de realización constante. En este hacer identidad hoy, las técnicas tradicionales conviven con nuevos materiales, actualizándolos y resignificándolas”.

Renacer

Ese último párrafo hace referencia a tres interesantes cruces que se produjeron entre randeras y diseñadores contemporáneos. Elba Aybar y Jessica Morillo realizaron accesorios, agregando goma de bicicleta e hilos encerados como novedad; Margarita Ariza y Florencia Vivas elaboraron una lámpara tejiendo cables; Claudia Aybar y Gonzalo Villamax confeccionaron vestidos, donde el tapete circular acabado organizaba la parte superior de la prenda. Esta experiencia parece haber sido muy productiva, pues el Ministerio de Cultura de la Nación presentó la candidatura de nuestras randas como modelo de Preservación del Patrimonio, y, desde la UNT se creó el programa “A Cercando”, donde se sumaron otros artistas y otras randeras a nuevas colaboraciones. También fuera de esos programas, se realizaron experiencias de indumentaria, como los de la diseñadora Sabrina Sastre, quien hizo algo parecido en sus colecciones, donde superpone mallas y estampados impresos.

- ¿Cuál es la reacción de los pobladores de El Cercado?, ¿Hay resistencias?

- Hay muchas voces, están las que se resisten y las que les encanta. Las resistencias siempre están y eso me parece que es algo que está embebido en las randas. Resisten al tiempo, a las geografías, a las ideologías, a las formas a la función y a la utilidad. Con respecto a los proyectos de cruce de diseño y artesanía, no todas las randeras trabajan en este tipo de proyectos, ya que hay algunas que nos les interesa mucho, como tampoco todos los diseñadores lo hacen.

Hace unos pocos años, en las obras de Carlota Beltrame, el bordado de una serie de randas dibujaba los íconos de la guerrilla y las consignas libertarias de los 60 y 70. Era una superposición incómoda, un choque de opuestos. El viejo oficio colonial era practicado en el mismo territorio, las proximidades del río Pueblo Viejo, donde se establecieron los focos armados. Ahí estaban esas paradojas, hechas realidad de la mano de la artista y las randeras.

En casi todos los casos, vemos que se usa la randa como una imagen-modelo. Una especie de telaraña perfecta y engordada que evoca un origen desconocido. Una textura visual y táctil que evoca el pasado en confección más o menos moderna. Pero también parece no agotarse en esa imagen. Todos estos artistas parecieran estar a la búsqueda de algo esencial. Tratando de entender no sólo la forma y el cómo está hecha, sino qué secretos esconde su perseverancia.

- ¿Se puede pensar una relación con lo espiritual, o extraer algo inmaterial de ese oficio?

- Inmaterial diría. Es la palabra correcta: los vínculos, las relaciones que se establecen a través del tejido, la tradición manifiesta en la práctica, la genealogía de la artesanía y su vínculo siempre presente con la actualidad. La persistencia de la práctica.

No hay que perder esa otra dimensión que se manifiesta en el oficio, donde tejer es una forma de vivir. “Para Luisa, una randa es un trabajo hermoso, un entretenimiento que una tiene si está aburridita. Así podés tejer solita. Uno pasa el tiempo… capaz usted, si tiene algún problema, y está bordando, se va ese problema ¡Lo que es el trabajo! ¡Es algo lindo! Yo estoy muy orgullosa de mi abuela, que me ha enseñado y me ha dejado esta herencia”.